Era una fría mañana de invierno
Mikael estaba acostado
sobre su cama, dormido como acostumbran todos los jóvenes durante las
vacaciones
O al menos eso era el vago recuerdo que tenía sobre lo que alguna
vez llamó vacaciones.
Estaba cubierto con solo una manta sobre su delgado y
demacrado cuerpo. Sus sueños no eran más que horribles recuerdos, recuerdos de
un ayer no tan lejano y muy oscuro para cualquier ser humano.
Al despertar, frotó sus manos sobre sus brazos para crear un
poco de calor. Dio un vistazo a su alrededor en busca de alguna señal de vida o
algo que reavivara su esperanza de no encontrarse solo, de sentir el calor
humano aunque fuera tan solo por un momento.
Se levantó desganado en busca de algo de comida, ya fuera
una rata muerta o lo que fuera que encontrara.
Salió de la casa semi-destruida con una lanza que el mismo
elaboro, ya que gracias a las radiaciones
los pocos sobrevivientes (ya fueran
personas o animales) se habían vuelto demasiado hostiles y necesitaba
protegerse.
Mientras caminaba por aquella ciudad hecha añicos, cubierta
por desastre y cuerpos humanos, recordaba con mucho dolor lo que había ocurrido
hace algún tiempo
en un día que los pocos sobrevivientes humanos que no habían
mutado recordarían hasta el fin de sus días
hasta el fin de la humanidad misma.
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