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Con excelente habilidad para contar historias pero un amor por desarrollar juegos plagados de errores, Obsidian es un estudio que siempre causa reacciones pasionales. Su más reciente creación es un peculiar ejemplo, Dungeon Siege III continúa el legado de una franquicia con gran tradición, aunque desde una perspectiva distinta, lo que con su complejidad podría seducir a los veteranos o ahuyentar a los que buscan algo menos extenuante.
Desde que existe Diablo, infinidad de propuestas han tratado de imitarlo, cada una con diferentes resultados, pero con el común denominador de que ninguna logra el mismo impacto. Dungeon Siege es parte de esa colectividad imitadora, cuyo mérito radica en ser el que más se cerca logró llegar, al envolvernos en una épica travesía de acción y elementos RPG. A pesar del cambio de casa productora, la tercera parte de la serie intentó continuar la tradición, con la particularidad de poner especial énfasis en la calidad narrativa y el desarrollo de personajes tanto en sentido argumental como en términos de personalización así como en agregar algunas capas de complejidad a la mecánica de juego.
Y no sólo es la forma de jugar lo que se tornó más complejo, sino el contenido, pues en apariencia Dungeon Siege III es como todo RPG que te da a elegir uno de cuatro estereotípicos personajes, sólo no hay que dejarse engañar por las apariencias, ya que contrario a tratarse de clones con diferente color de cabello y atributos ligeramente alterados, cada opción protagónica es considerablemente distinta a las demás en estilo, forma de ataque y el equipo que usa. Todos tienen sus propias fortalezas y debilidades, pero lo más interesante es que cada uno tiene una posición defensiva y dos ofensivas que pueden usarse en cualquier momento, además de tres movimientos especiales sujetos a cada postura, y otras tres habilidades que se derivan de dichos poderes; acorde con el convencionalismo RPG, conforme subes de nivel puedes asignar puntos al repertorio de movimientos para incrementar su efectividad. Aprender a dominar el catálogo de talentos es excesivamente complicado, pero una vez que lo consigues, cada batalla se convierte en una coreografía de cambios precisos de postura y un festival de golpes, con tal de infligir la mayor cantidad de daño posible.
El lado negativo es que sólo tienes nueve habilidades por personaje, y las limitantes son notorias; puedes actualizarlos y mejorar sus características, pero al final, tendrás que usar las mismas habilidades una y otra vez, casi todas desde el inicio del juego. No sería un problema grave de no ser porque otros títulos más arcaicos, sin olvidar a Torchlight que al igual que este tercer capítulo de Dungeon Siege fue trasladado de PC a consola con excelentes resultados y el cada vez más cercano Diablo III, encontraron soluciones más elegantes al dilema además de ofrecer una mayor variedad de ataques, utilizables con menos complicaciones. Se supone que la ventaja del sistema de Dungeon Siege III se debe a que cada habilidad tiene particular efectividad en situaciones específicas, pero cuando una oleada de enemigos te acecha de todas direcciones es ridículamente complicado recordar cuál poder usar contra cada atacante, lo que con frecuencia causa el clásico botonazo de desesperación.
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