The Legend of Zelda no son tramas complejas ni una épica exagerada o rimbombante. No es un dragón que asola un campo de batalla o un portentoso rey que dirige sus ejércitos con valentía. Zelda tampoco es un mundo de ciudades o confusa política. No es un protagonista hablador ni una princesa temerosa. Tampoco es un derroche de explosiones ni una obsesión con la sangre.
Zelda es una aventura íntima y secreta. Es un jardín en miniatura: un observatorio donde habita, en el olvido, un espantapájaros. Zelda es un entrañable sueño del que temes despertar porque perderías para siempre los amigos que figuraste mientras dormías. Es una espada solitaria que añora regresar a la batalla y un caballo que responde fiel a tu llamado. Zelda son pueblos apacibles y pozos infinitos; es la posibilidad de descubrir una aventura inconcebible al levantar una piedra. Zelda es música que nunca olvidarás. Es un destello bajo el árbol de Navidad. Es un palacio en el bosque colmado de tambores. Es el sonido que se escucha al abrir un cofre y el enrevesado templo del agua. Es la dificultad inclemente de The Adventure of Link y el desafío de A Link to the Past. Es el arco y la flecha.
Zelda es una canción que invoca una tormenta. Es un par de fantasmas que componen poesía. Es un pájaro rojo, una pirata y una dulce abuela que espera tu regreso. Zelda son S. Miyahon, Ten Ten y Konchan trabajando incansables en Japón. Es el hermoso nombre de la esposa de Fitzgerald y la restauración de nuestra capacidad de asombro. Es una máscara terrible, una botella vacía, un pez cartógrafo, un jabalí escarlata, una princesa guerrera, un país de sombras y una luna sangrienta. Es un mapa de papel en el que trazaste rutas intrincadas. Zelda es el recuerdo, hace ya tantos años, de tu hermano (que ya no juega videojuegos) y tú sin dormir en nochevieja por intentar terminar el Deku Tree. Pero, sobre todo, Zelda es la dicha de recordar una memoria feliz.
The Legend of Zelda cumplió 30 años desde su publicación en Japón el día 21 de febrero. Mi objetivo original era publicar un escrito concienzudo y grave sobre su trascendencia e importancia en el panorama actual de los videojuegos. Para entrar en calor, puse Astral Observatory del disco Majora’s Mask Orchestrations. Empecé a escribir y mi pensamiento se nubló por tantos y tantos recuerdos. Algunos eran tristes y otros felices. Caí en la cuenta de que esta franquicia de videojuegos me ha acompañado desde mi niñez. Sus entregas me permiten identificar etapas de mi vida: mis amigos en la primaria compitiendo por conseguir todas las Skulltulas, una depresión muy fuerte en la universidad mientras jugaba Twilight Princess, una navidad con Majora’s Mask, un nuevo trabajo con Skyward Sword... Así que intenté describir la franquicia, pedí a mi buen amigo Fer17 (¡síganlo en Instagram!) que hiciera una ilustración para el texto y aquí lo presento. Más que elaborar una línea de tiempo o una complicada teoría, ofrezco mis recuerdos y los invito a todos ustedes a que celebremos los 30 años de esta franquicia compartiendo nuestras experiencias con ella. ¿Cuál es su juego favorito y por qué? Felicidades, Zelda. Sigue marcando la vida de tantos jugadores.
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