Supe de este juego por aquella revista de Club Nintendo que salió en el año 2000. Ya olvidé qué mes, pero algo que nunca se me pudo olvidar de aquel reportaje sobre este juego de N64 fueron dos cosas: la historia (la cual te cuentan a grandes rasgos, y que para mi púber mente me pareció muy fregona y genial) y el extraño diseño de los personajes: grandes manos, pies y ojos, pero sin nariz ni boca. Todo lo que leí me intrigó muchísimo sobre el juego, a pesar de no tener ni idea de cómo se jugara, porque nunca había jugado un juego de estrategia antes.
Muchos años después, veo el juego en la Virtual Console del Wii y me dispongo a comprarlo, a pesar de seguir sin idea de cómo jugar un juego así. Me puse a probarlo, y me arrepentí en el acto de haber gastado mi dinero. Lentísimo diálogo, música de bostezo y un gameplay tan extraño como aburrido. Era algo que nunca había visto antes. Además, los gráficos me disgustaban mucho, pues eran imágenes pre-rendereadas, y casi no había polígonos. Todo en el juego me desagradaba. Así que, simplemente, lo abandoné.
Algún tiempo después, lo retomé, solo para sentir que no había tirado del todo mi dinero a la basura. No aguantaba mucho jugándolo, porque me aburría y, la verdad, no tenía ni la menor puta idea de lo que estaba haciendo. Pero la historia se me hacía interesante (es sobre una revolución de los plebes contra la nobleza) y pues seguía jugando para ver qué mas pasaba. Poco a poco entendía más qué era lo que hacía, aunque el juego se me hacía estúpidamente complejo sin necesidad, lleno de menús, y equipos, y alineación, y un montón de cosas que no entendía ni una chingada... pero al final de cuentas, por puro experimento empírico, logré comprender bastante el juego y su mecánica. Recuerden que nunca antes había jugado un juego así, y que al principio todo era muy confuso para mí.
Por ejemplo, cuando mis monitos entraban en combate, no podía controlar los ataques de ninguno de ellos, como en un RPG en turnos. Solo podía ordenarles cambiar su estrategia, pero no siempre me hacían caso, y hacían lo que les daba la gana. Otra cosa es que en realidad no me sentía en control de nada. Podía decirles a mis monitos a donde tenían que ir, pero ellos decidían el mejor camino para ir ahí. Si se me permite una analogía futbolera, mientras en otros juegos sientes que eres el jugador, o los jugadores, en este sientes que eres el director técnico, ordenando, no realmente jugando, sino controlando el juego.
Esta cosa se convirtió en una horrible adicción muy pronto. No hacía otra cosa que jugar, y cuando no estaba jugando, solo podía pensar en el juego. Hacía mucho que no sentía eso por un videojuego, y la razón es que para mí este género fue algo completamente nuevo, algo que no conocía, y, por lo mismo, algo fascinante. Poco a poco fui mejorando, fui aplastando las unidades enemigas con mis superpoderosos guerreros y bestias, y fui simplemente, jugándolo tanto que llegué a ese punto en donde las cosas de la realidad se funden con las cosas del juego. Cuando caminaba, me veía a mi mismo y me sentía como mi personaje en Ogre Battle, e incluso sentía que me movía como él.
Es que había tantas cosas que me encantaban de este maldito juego. El diseño de personajes en forma de muñecos sin boca volvió a maravillarme, así como el otro diseño de personajes, aquel que se puede ver en las escenas de diálogo, en donde podemos ver los verdaderos rostros de nuestros soldados. Otra cosa que me conquistó del todo fue la posibilidad de poner la cámara a ras del suelo, de modo que tú te sintieras más en medio del campo de batalla, como un soldado más. Ok, para ser honestos, el sentimiento que te da cuando haces esto en medio de una campaña es más bien que has vuelto a ser un niño, y que estás jugando con tus monos o muñecos. Y eso, simplemente, elevaba la diversión a la décima potencia. Llegué a pensar en que todos los juegos habidos y por haber deberían de ser exactamente igual. Así de transtornado estaba.
El gameplay es que, entras a una campaña, en donde te dan una misión qué cumplir, la cual siempre es conquistar la base enemiga, y en donde tienes que ir avanzando poco a poco para cumplir ese objetivo. Pero, por la naturaleza del juego, llega un punto en que se hace repetitivo, y pues eso fue lo que al final ocurrió. Sin embargo ya llevaba más de 40 horas de juego, y no iba a dejarlo así. Por cierto, las horas de juego se acumulan estratosféricamente sin que te des cuenta, porque cada campaña requiere el 100% de tu atención (un simple error puede mandar todo al garete) y no sientes el paso del tiempo. Se invierten de una a dos horas en cada misión, dependiendo de como juegues, y son más de 40 en total.
En el juego experimenté la derrota por las razones más estúpidas imaginables, experimenté la gloria de una victoria total, el alivio de una derrota improbable, el dolor de que te maten a una división entera pero la satisfacción agridulce de haberte chingado al líder de la unidad, por lo menos... La historia rápidamente se va del interesante conflicto entre las clases acomodadas y las clases menos privilegiadas a una muy genérica confrontación del héroe en contra de los villanos que quieren revivir a un dios siniestro para conquistar el mundo, pero, aunque la trama se haya ido al garete, hubo al menos un momento que me sorprendió y me conmovió muchísimo. Inútil explicarlo, se tiene que jugar el juego para comprender.
Al final, era tan poderoso que acaba con legiones enteras con una sola unidad. Hubo un punto en el que me pregunté si en verdad yo era el bueno de esta historia, pues me sentía como un bully, y a mis rivales los sentía como los buleados. Esas dudas al parecer no estaban tan infundadas, pues al llegar al terminar el juego (el cual me tomó completamente por sorpresa, pues el jefe final fue patético, y estaba seguro que habría otro) me apareció el final más culero que he tenido la desgracia de presenciar. Los soldados del ejército revolucionario, con quienes había peleado hombro a hombro, me decían ser de las tinieblas, y empuñaban sus espadas contra mí. El rey fue derrocado poco después por fuerzas barbáricas, y mi nombre, fue olvidado completamente. El final me devastó completamente. Me sentí triste, emputado, y muy mal conmigo mismo. Fue como si el juego me escupiera en la cara, después de más de 50 horas de juego. Todas las victorias de las que ufanaba, todas esas fortalezas conquistadas... todo había sido en vano. Había ganado todas las batallas, pero perdido la guerra. El game over definitivo, aquel del que ningún saved file podría salvarme. En pocas palabras la cagué.
Lo más culero era que no sabía qué mierdas había hecho mal. Me conduje por el juego siempre haciendo lo que pensé que era lo más éticamente correcto, pero aún así, me dijeron monstruo y asesino. Investigando un poco, me di cuenta que el final que ves depende de los Chaos frames. ¿Qué son esas mierdas? Durante mucho tiempo los fans no lo sabían. Un alto número de chaos frames al acabar el juego te permite ver el mejor final, pero nadie sabía como aumentarlos o disminuirlos. En los foros puedes ver a tipos que aseguran que escuchó a un tipo que dijo que conoció a un güey que los chaos frames dependían de bla bla bla bla... Pero en realidad no es algo complicado. Verán, en el juego, tienes que llegar a las ciudades y a los pueblos. Si cuando llegas a un pueblo, lo "liberas", entonces suben tus chaos frames. Si lo "capturas", entonces bajan tus chaos frames. De ese factor tan aleatorio depende el final del inche juego. Me parece estúpido, pero pues así es la lógica de los videojuegos.
¿Jugaré otras 50 horas para tratar de encontrar el buen final? No lo sé. Me atrae mucho, pues siento que les fallé a mis soldados y a mi personaje principal (es un sentimiento estúpido, lo sé, pero así son las cosas) y quiero redimirme con ellos, quiero arreglar las cosas y salvar su pequeño e inexistente mundo. Por otro lado... no sé, son 50 horas que nunca recuperaré. En lo que decido, les recomiendo este juego, Ogre Battle 64: Person of Lordly Caliber, que se violará tu corazón si le sacas el final malo.
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